lunes, 25 de julio de 2011

Pinguero (3)

(Fragmento de novela)

- Venga a ver, profe. ¡Apúrese!

El huesudo negro estaba mirando por una rendija de la puerta.

Al acercarse el aludido, agregó:

- Mire. Para que vea que ellos también descuartizan vacas. Si no ve bien por ahí, póngase aquí.

Le cedió su improvisado observatorio al profe.

- Tienen una res en el patio y cada uno ha ido cogiendo su pedazo, para llevárselo a su casa. Pero los delincuentes somos nosotros y no ellos.

- Sacrificio ilegal de ganado - comentó un joven rubio guajiro, subnormal, quien estaba allí, más por su muy bajo cociente de inteligencia, que por haber cometido de veras algún delito, al no saber contestar, lo que las autoridades le preguntaron. A falta de a quien acusar, cargaron con él. ¡Asunto resuelto!

- ¡Porque tanta culpa tiene el que mata la vaca, como el que aguanta la pata! - añadió otro, de los once hacinados en aquel angosto calabozo, previsto únicamente para cuatro detenidos y donde siete tenían que dormir en el suelo, algunos sentados, por no caber todos horizontalmente.

Mientras, por el pequeñísimo orificio, el profe trataba de ver algo de lo que sucedía en el patio del sectorial municipal de la policía de Florida, luego de un pasillo y un muro, en el cual también quedaban espacios, por donde divisar algo del ir y venir de los polis, añadiendo:

-¿Y qué ustedes creían? ¿Qué los policías son unos santos? ¿Qué la vida real para ellos es como en “Día y Noche” (refiriéndose al gustado policiaco nocturno dominical de la tele)? ¿Cómo van a comer, a mantener a sus familias, si no es violando también la ley? El salario no alcanza para nadie. Seguir vivo es la mejor prueba de haber cometido algún delito en este país, donde casi todo lo normal en el resto, acá es una transgresión.

- Pues no debiera ser así – dijo el rubio.

“Fronterizo, sí. Bobo, no”. Pensó el psicólogo.

Era el verano de 1996 y la crisis económica, rebautizada por el régimen como “Período Especial”, estaba en sus peores momentos. Muchos cubanos morían por desnutrición, que ya era casi igual a decir inanición o hambruna, acompañada de raras enfermedades, como las neuritis. Habían destituido a un Viceministro de Salud, por decir lo que era un verdadero secreto a voces, con proporciones de pandemia.

- Ojalá que usted, como ha estudiado tanto y es profesor de la universidad, cuando salga de aquí, pueda denunciar esto, hacer algo.

- ¿Y tú piensas que el Gobierno no sabe que todo esto es así? ¿O acaso alguno de ustedes aún se cree el cuento gastado de que Fidel no sabe lo que pasa? Él mismo se ha encargado de decir por la TV, varias veces, que sí se entera de cuanto anda mal y las cosas, en vez de mejorar, empeoran.

Aquellos desdichados, de peligrosos no tenían nada, sino la mala suerte de haber nacido en Cuba y procurar “inventar” para subsistir.

Contrario de lo supuesto en tales circunstancias, lo trataban con sumo respeto y entre todos se llevaban muy bien, sin ofensas, ni pleitos, como si estuvieran en una beca, lo que hacinados, en condiciones nada higiénicas, con más hambre de la normal, con un calor sofocante…

Las “literas” eran de concreto incrustado en la pared. Las de arriba casi pegadas al techo, con el espacio justo para entrar horizontalmente, sin poderse sentar, so pena de golpearse la testa con el techo, el cual estaba hirviendo durante el día y sólo muy avanzada la noche, refrescaba.

El profe era muy alérgico y los cinco días que estuvo allí, bastaron para que toda su piel se llenara de punticos rojos, necesitando luego toda una semana de recuperación y para lograr conseguir en qué trasladarse hacia el occidente, donde vivía y trabajaba.

Cada uno le había contado su vida, las razones por las cuales allí estaban.

También lo que sabían sobre los polis y los demás detenidos, en los otros dos calabozos igualmente abarrotados, con diecisiete hombres, donde la capacidad era para ocho. La cuarta celda era para las féminas.

Así supo, que había un enfermo hacía varios días, sin recibir atención médica alguna, ni ser aislado del resto, para evitar un posible contagio.

Igualmente, que en el calabozo del medio había un homosexual, a quien le apodaban “Sopita”, por cuanto al echarle saliva en el culo, para penetrarlo los demás, se producía un sonido similar al de los sorbos, mientras se toma la sopa. Se sospechaba que el tal Sopita tenía SIDA, por tanto, el resto se podría estar contagiando.

(Muchos años después, fue cuando supo, que en otros países, a los gays se les encierra aparte, para evitar sean abusados. O sea, en el “infierno capitalista” muchas cosas se hacían mejor que en aquel “paraíso socialista” donde vivían).
________

Ya daba igual ser catedrático, que médico, ingeniero, científico o artista. Las detenciones eran masivas, la represión había dejado de ser más psicológica, para destaparse abiertamente.

Por doquier estaban los “boinas rojas” de las tropas especiales, con un camión, cargando personas, hubiesen o no hecho algo indebido.

El asunto era intimidar más al pueblo, luego del “Maleconazo”, en plena crisis de los balseros, para evitar un levantamiento popular en masa por toda la Isla.

Radio “Bemba”, o sea, los rumores callejeros, no dejaban de traer nuevas noticias de personas inocentes detenidas, desaparecidas, muertas, incomunicadas, manifestaciones diversas de protestas populares espontáneas, en las guaguas, trenes, poblados, barrios, edificios…

En las calles, paradas de ómnibus, centros de trabajo… por doquier, los comentarios eran los mismos: “¿Te enteraste?”

Pero la dictadura no se desplomaba, ni el pueblo por fin se sublevaba.

El profe había ido, como cada año, de vacaciones a su natal Camagüey, pues sus padres vivían en la ciudad de Florida.

El transporte por ómnibus interprovinciales ya era casi nulo y el ferroviario estaba reducido al mínimo. Por tanto, no tenía otro modo de hacer el viaje, que en rastras o camiones de carga.

De regreso a La Habana, a escasas horas de arribar al esperado destino, en la madrugada del día lunes, 13 de agosto (para mayor casualidad, cumpleaños setenta de Fidel Castro), en el tramo de la autopista cercano a la ciudad de Jagüey Grande, en la provincia de Matanzas, unos policías se dedicaban a parar a cuanto vehículo pasase por allí.

El profe viajaba de gratis, sentado delante, en la cabina, pues un primo hermano suyo era uno de los dos choferes.

Estaba medio adormecido y confiado en que nada malo les pasaría, imaginando y soñando felizmente con lo poco que le quedaba, luego de tantos años de esmerado trabajo docente, metodológico e investigativo, para obtener par de títulos de Doctor en Ciencias (sería el primero y quizás por mucho tiempo único en tener dos), cuando les pidieron a todos que se bajaran.

En la cama del camión habían detectado un maletín con varias libras de carne de res.

Como ninguno de los dieciocho ocupantes dijo ser el propietario, los uniformados decidieron detenerlos a todos y encerrarlos en el sectorial municipal de la policía de Jagüey. Los llamaban uno a uno para preguntarles algo.

Aunque lo establecido era que los dejaran allí, esa misma mañana, custodiados, los retornaron a todos a la camagüeyana ciudad de Florida.

Según supo después, estos súper inteligentes habían concluido, que los delincuentes eran su primo y él. O sea, el primo transportaba ilegalmente carne de res, desde las agramontinas llanuras a la capital, para que él, residente en Centro Habana, la revendiera.

El profe les había preguntado a todos, tratando de saber de quién era el maletín de sus desgracias, pero al parecer ninguno de aquellos hombres lo sabía. Y así era. Sólo al quinto día se supo, porque una de las dos únicas mujeres del grupo confesó ser la propietaria del cuerpo del delito. Ellas eran las menos sospechosas y a la vez las únicas que sí sabían de quién era el maletín y cómo había llegado a la cama trasera de la rastra.

Como la partida de Florida tardó horas, en lo que iban arribando quienes viajarían aquella inolvidable noche, cada cual iba colocando en la oscuridad, su equipaje.

Pero el paquete del futuro problema no lo habían subido ellas, sino unos hombres que las acompañaron hasta la calle frente a la casa del primo del profe, donde estaba parqueada la rastra.

Así fue como ninguno de los hombres se percató de quién había colocado allí el maletín de marras. Algunos ni siquiera estaban presentes. Era lógico que nadie supiera, ni los choferes, quién era el dueño de lo que les causó luego tantos dolores de cabeza.

Después de esto, cada vez más personas le contaban lo sucedido a familiares o conocidos suyos, igualmente víctimas de abusos, atropellos, represiones.

Lo acostumbrado era incomunicar a los detenidos. No informar a sus parientes, amigos o vecinos. A veces esto se prolongaba meses y los allegados, angustiados, al dar por desaparecido a su ser querido. ¿Derecho a hacer una llamada, como en las películas o a recibir visitas? ¿Inocente hasta tanto se demuestre lo contrario? ¡Pamplinas!

Pero en Florida todo se sabe. Alguien se va de lenguas. O alguno de los empleados de la “justicia” se compadece ante tanta arbitrariedad y abuso. O entre ellos hay algún vecino, pariente, amigo. Para colmo de males, Pedro su condiscípulo de la primaria y de la vocacional (la mejor del terruño), quien era allí uno de los jefes, estaba también de vacaciones. Por tanto, el “sociolismo” salvavidas no funcionaría. Aunque alcanzó a decirle a un señor, el cual trabajaba en la recepción, quiénes eran sus padres (muy conocidos allí por todos, al haber trabajado ella en tiendas y él administrando en la gastronomía , luego de que el Gobierno los despojara de todas sus propiedades) y dónde vivían, o sea, frente al cuerpo de guardia del hospital principal, con un negocito muy concurrido, por vender refrescos, café y aún entonces, gran variedad de ofertas para merendar y comer (las cuales luego casi se extinguen, ante el cúmulo de nuevas prohibiciones fidelistas).

El caso es que los familiares se fueron enterando y gestionando para obtener su liberación.

Mas fue un jefazo quien ordenó ponerlos en libertad, al día siguiente, luego de visitarlos el jueves en la tarde, con el doble argumento de que necesitaban tener aquello lo más vacío posible, para volverlo a repletar el fin de semana y su supuesto disgusto porque sus subalternos tenían allí a tanta gente, sin levantarles cargos, sin tomarles declaración, sin iniciar proceso alguno, sin evidencias concretas de algún delito cometido por cada cual.

En el caso de nuestro personaje central, por lo visto, era muy normal para estos sujetos en ambos imperios de la mediocridad, que un catedrático con varias especialidades, maestrías y dos tesis de doctorado terminadas, listas para defender (pues cuando lo interrogaron tuvo que narrarles a qué se dedicaba), se ocupara de revender carne en La Habana. Muy sabia deducción. Tal vez si el psicólogo, ahora reo, la llevara a alguno de los eventos científicos, a los cuales solía acudir, hubiese sido premiado, con tal aporte inobjetable al conocimiento humano.

De facto, a este señor a quien aquí le llamamos simplemente el “profe” (como le dirían luego sus compañeros de calabozo, no acostumbrados a compartir sus desgracias con gente floridana tan ilustrada), se le quitaron las ganas de defender sus tesis, de seguir siendo profesor o investigador y se reforzó en él, el ya grande deseo de escapar, de aquella inmensa cárcel, con rejas de mar, en que se había transformado su Patria.

Sin embargo, todavía estaba bastante lejos de lograrlo. Peor aún, en la larga y dantesca odisea hacia su plena realización, le aguardaban insospechadas visitas al “purgatorio”.

(continuará)

Ver

Fragmento 1

Fragmento 2


Nota: Basada en hechos reales. Los fragmentos de esta novela han sido tomados directamente del manuscrito original. No necesariamente coinciden en orden con él y pueden diferir un poco de la edición impresa. La novela Pinguero es la primera de una trilogía. Le siguen MA CONCEPCION y MATIAS.

jueves, 14 de julio de 2011

MATIAS (3)

(Fragmento de novela)

Matías no lo pensó dos veces y, con tal de evitar problemas, echó a correr lo más rápido posible, por todo el frente del edificio, hacia la esquina, con la intención de arribar, cuanto antes, a su auto, el cual estaba aún más lejos, estacionado al final de la cuadra, por el costado.

Pero el agresor lo siguió y lo alcanzó. Pese a ser unos 15 años mayor, la costumbre de realizar diariamente ejercicios físicos, en trabajos duros, le hacía confiar en su mayor fortaleza para enfrentar a su víctima, más aún con el palo largo que había agarrado, con el ciego deseo de magullarlo sin piedad.

Como el viejo acortaba distancia y era obvio que Matías no podría huir en su coche, buscó desesperadamente algo, con lo cual defenderse de su perseguidor, evitando que aquel fornido hombre lo golpeara, pues con lo furioso y empecinado que estaba, no dudaba del grave peligro, en el cual se hallaba. Hasta temió por su vida o quedar con secuelas, de la tunda que parecía inminente.

Por muy pacífico que Matías siempre había sido y acostumbrado a estar entre catedráticos, estudiantes, intelectuales, personas selectas, que no habrían nunca intentado causarle daño físico alguno, el cambio de país, de medio, el verse obligado a trabajar, en lugares donde se halla todo tipo de gente, significaba un riesgo que cada cubano inmigrante tenía que correr.

En cuestión de minutos, la cosa se había complicado.

Se percataba de que, por vez primera, vivía en carne propia, lo que representa padecer la violencia, la cual hasta ese momento, sólo había visto por televisión o en filmes.

No había ni tiempo para pensar, ni posibilidad de escapar, ni de que aquel sujeto lo dejara en paz; ni de que nadie le defendiera o protegiera e interviniera, como es típico en esta otra nación, al revés de en nuestros países latinos.

Alcanzó a ver un objeto en el suelo, cerca de la pared. Parecía también un palo, pero era una pala. Algún techero la había dejado allí en el parqueo, pues desde hacía algunos días, estaban haciendo reparaciones en el warehouse.

La agarró desesperadamente y, casi sin fuerzas por lo agotado, asustado y temeroso ante tanto peligro imprevisto, intentó usarla para mantener alejado al agresor, moviendo horizontalmente el, en ese instante para él, pesadísimo instrumento.

Pero en cuanto realizó el primer movimiento de la pala hacia la izquierda, el otro, que ya estaba casi encima de él, aprovechó para golpearlo con el palo fuertemente, en el antebrazo derecho.

Matías sintió el dolor y logró mover la pala hacia su diestra, consiguiendo así mantener alejado, por unos segundos, a su pertinaz victimario.

Mas, al volver a menearla hacia la izquierda, el otro aprovechó para repetir el golpe.

Fue entonces cuando Matías, más ágil de pensamiento, que de movimiento, creyó mejor desplazar la pala verticalmente, para impedir con éxito, que su agresor se le encimara, so pena de recibir un golpe.

Sin embargo, una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero.

El viejo, alentado por el par de contundentes golpes asestados a su rival, supuso que acercándosele más, descargaría uno de mayor efectividad, en la cabeza y efectivamente, así hizo y lo logró.

No obstante, le costó caro, pues como sucedió tan rápido, con el cambio de horizontal a perpendicular de Matías y su osadía de acercársele lo más posible, lo llevó a que la pala le cayera sobre la testa, ocasionándole de inmediato una muy sangrante herida. La parte metálica y cortante del artefacto, se encargó de ello.

El más sorprendido fue el propio Matías, pues por su mente nunca pasó aporrearlo y menos aún herirlo, ni lo había intentado, al contrario del otro, que no conforme con los hematomas y el rojo líquido, que ya emanaba del antebrazo derecho de Matías, le sacó más sangre con el golpe en la cabeza.

El instrumento, devenido arma defensiva, (si bien trastocada luego, por obra y gracia de nada menos que la autoridad, en presuntamente ofensiva y mortal arma, para perjuicio de la inequívoca víctima, al ser usada como manipulada evidencia en su contra, como se verá), se quebró en dos pedazos y Matías perdió el equilibrio, ya sin fuerzas, cayendo al suelo, cosa que aprovechó su agresor, para seguirlo apaleando e hiriendo en la cabeza.

Repentinamente, llegó un policía negro, quien sólo hablaba inglés y, como en las telenovelas, sin indagar, ni pensarlo dos veces, esposó a Matías, al ver el rostro ensangrentado de su oponente...

(continuará)

Ver

Fragmento 1

Fragmento 2

Nota: Basada en hechos reales. Los fragmentos de esta novela, han sido tomados directamente del manuscrito original. No necesariamente coinciden en orden con él y pueden diferir un poco de la edición impresa. La novela MATIAS es la última de una trilogía. Le anteceden Pinguero y MA CONCEPCION.

lunes, 4 de julio de 2011

El secreto de la mente (II)

(Fragmento)

Tom estaba muy confiado de vencer. “Lo vas a conseguir”, se repetía a sí mismo constantemente.

Pero no era el único con la certeza de triunfar en aquella, la más secreta operación jamás concebida. Al menos eso creían firmemente, sin apenas sospechar quiénes ya sabían, hasta el más mínimo detalle de cuanto se pretendía hacer allí, precisamente mediante Tom.

Todos los pormenores se habían previsto con sumo cuidado, como para que nada fallase. Tanto por un bando como por el otro. Sin embargo, solamente uno de los dos tendría éxito, lo cual a la vez podría ser para sus rivales, desde un gran fracaso, hasta el peor (o el último, incluso).

- Bien, ya estamos todos. Comencemos. Hoy lograremos el primer trasplante de mente en la Tierra.

El júbilo general era enorme, al menos en apariencia, por la misma causa.

Sólo Tom estaba también inmensamente feliz, aunque por saberse encargado de impedir de un modo más súper oculto aún, que el resto de sus acompañantes lograran su propósito.

- Quienes nos precedieron, se centraron siempre en el cuerpo. No se les había ocurrido que la clave estaba en la mente. Hoy es el fin de la prehistoria y el inicio de una Nueva Era.

Así de tan significativo veían ellos lo que estaba a punto de suceder.

Pero Tom sabía que su misión era la de hacerlos fracasar o de lo contrario… No quería ni preocuparse por ello: “Lo vas a conseguir. No pienses siquiera en otra cosa”, continuaba reiterándose, para no ceder en su empeño. Era demasiado lo que estaría en juego, en apenas unos instantes.

Los demás no debían notarlo presionado, angustiado o con algún temor. Era menester evitar hasta la mínima sospecha del relevante papel a él asignado en esa ocasión.

Se convertiría en el mayor de los héroes o en el peor de los traidores. En dependencia de a quién beneficiaba o perjudicaba lo que estaba a punto de acontecer.

Por un momento sintió que flaqueaba. Sus piernas parecían no sostenerle ya. Se concentró, relajó y recurrió a cuanta técnica conocía y había practicado en el entrenamiento élite recibido al efecto. En aquel instante, de él dependía la supervivencia universal, por ende, no se podía dar el lujo de echarlo todo a perder.

(Continuará)

Ver

Fragmento # 1

Fragmento 3

Fragmento 4

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Fundador, Propietario y Presidente de Ojeda Multiservices Corporation (OMC), Rector de la UVI, Master en Educación Avanzada y excatedrático de la Universidad Pedagógica de La Habana "Enrique José Varona". Licenciado en Educación (equivalencia de Bachelor in Sciences of Education in USA). Especialista en Pedagogía, Psicología, Creatividad, Dirección turística, Opinión Pública y Medios de Comunicación.

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