jueves, 15 de mayo de 2008

El planeta gay.

“Hacía mucho que se había extinguido el último hombre heterosexual. La prehistoria duró hasta mediados del tercer milenio.

A fines del segundo ya habían ciudades gay. No se sabe con certeza cuándo los gay pasaron a ser realmente la mayoría. Muchos no hétero fingían no serlo. Ocultaban públicamente sus verdaderas preferencias sexuales.

Por eso, antes de que se aceptara cada vez en más países, que los heterosexuales ya no eran la mayoría (pues las investigaciones científicas lo habían requetecomprobado) se estima que desde muchos siglos atrás, ya los no hétero eran los más, pero seguían creyendo que constituían la minoría.

Primero se aceptó en unos pocos países que había surgido una nueva mayoría en las preferencias sexuales. No pasó mucho tiempo para que esta tendencia se confirmara en casi todos los países, hasta que en el cuarto milenio se proclamó en el último lugar del mundo el fin del predominio de la heterosexualidad masculina.

Aunque todavía en el sexo femenino, las no hétero tardaron un poco en convertirse en mayoría también.

Nunca más los hétero recobraron el predominio numérico perdido.

Luego, cuando ya se veía que eran cada vez menos, se proclamó en el Congreso Mundial de Historiadores que la Era Hétero fue en realidad la Prehistoria de la Humanidad.

Parecía que el mundo había logrado un equilibrio entre la diversidad de géneros, donde ninguno predominaría otra vez. Pero no fue así.

El porciento de heterosexuales masculinos siguió decreciendo hasta que se extinguieron.

Se creía que entre los varones, los bisexuales perdurarían como el grupo más numeroso.

Aunque se le siguió llamando por tradición sexo masculino, la masculinidad era cada vez menor. Así, entre los varones, los homosexuales se convirtieron en mayoría.

Con el paso del tiempo, los varones bisexuales fueron decreciendo numérica y porcentualmente hasta que se extinguieron también.

Como consecuencia de la disminución primero, y posterior extinción, tanto de los varones heterosexuales como de los bisexuales, fue decreciendo entre las mujeres las heterosexuales y aumentando la proporción, primero de bisexuales y después de lesbianas, hasta que, a falta de hombres con los cuales fornicar, también dejó de haber mujeres heterosexuales y bisexuales.

A nadie le preocupó entonces que el mundo entero fuese homosexual. Lo veían como una consecuencia lógica del desarrollo de la humanidad y hasta acordaron cambiarle el nombre al planeta.

Cuando aún quedaban hombres heterosexuales y bisexuales, una creciente minoría de la humanidad continuaba procreando a la antigua, como en la prehistoria. Pero hasta la mayor parte de los todavía héteros o bi, prefería el adelanto y ventaja indiscutible de las fábricas de bebés.

¿Indiscutible? Así parecía, sin nadie atreverse a dudar o prever otra cosa.

Cada adulto, estuviese o no unido a otra persona, tuviese una u otra preferencia sexual, podía escoger qué bebés quería tener, con elevada precisión de un sinfín de características: color de piel, de cabellos, ojos, formas de nariz u orejas, manos, pies, estatura, en fin, todo. La creatividad humana había logrado su más perfecto producto: fabricar los nuevos seres humanos según nuestros deseos y gustos.

Pero en el sexto milenio comenzó a surgir una preocupación. Inicialmente leve. Con posterioridad, en los últimos siglos, pasó a ser considerada de suma gravedad.

Los varones homosexuales activos también fueron decreciendo porcentualmente. Se veía como lógica consecuencia, por un lado de la extinción de los hétero y sobre todo porque se había pronosticado que todo varón moderno llegaría a disfrutar plenamente del sexo anal.

Se consideraba que el progreso podría llevar también a la extinción de los varones homoseuales activos, como había ocurrido con los varones heterosexuales y con los bisexuales activos cuando todos los varones se liberaran de esos “rezagos del pasado”.

Con la extinción de los activos, se creyó que los versátiles serían la gran mayoría y los homosexuales completamente pasivos, como siempre, seguirían siendo una minoría como había sido, tanto en la prehistoria como en la Era Moderna.

Pero no ocurrió así. Tampoco se cumplieron esos pronósticos. El número de pasivos ciento porciento crecía y crecía. El de versátiles, no sólo decrecía de manera preocupante...

Lo más alarmante era que, entre los cada vez más cotizados y proporcionalmente escasos versátiles, se estaban extinguiendo, primero los predominantemente activos (hasta su total extinción también) y luego, aquellos a quienes aún les gustaba, aunque fuese muy rara vez, hacer de activo.

En fin, llegó el momento en que los únicos versátiles sólo lo habían sido cuando muy jovencitos. Ya de aquello ni se acordaban y eran vistos por los demás como una rareza, cómo fósiles vivientes o bichos raros o seres atrasados.

Hasta que llegó lo que nunca nadie se había imaginado en los tiempos de felicidad por la Nueva Era y tantos progresos. No sólo se habían extinguido los versátiles por completo y desde hacía muchos siglos, ni de jovencito, varón alguno quería (ni podía) hacer de activo, sino que además, se había comprobado estadísticamente que el tamaño y grosor del pene se venía reduciendo dramáticamente de generación en generación.

Los científicos lo veían como lógico resultado de la falta de uso.

Los penes grandes sólo habían sido vistos en imágenes cada vez más antiguas. Hasta se dudaba por la mayoría que de verdad hubiesen existido varones con miembros tan grandes y gordos. Muchos no creían que de verdad esa parte de su cuerpo, cuyo único valioso uso para casi todos era para orinar, hubiese servido antes para alguna otra cosa.

Ya casi nadie se había masturbado usando el pene. Pocos eran también los que habían eyaculado alguna vez.

La impotencia masculina dejó de ser un trastorno milenios atrás, para pasar a ser considerada cada vez más normal y, lo infrecuente, la erección. Por todos era de sobras sabido que el placer anal se podía lograr sin erección alguna. Era una preocupación menos de la cual el progreso había librado a los varones.

El mundo gay se había acostumbrado no sólo a las fábricas de bebés, a los consoladores y a la extinción de toda variante de preferencias sexuales en la cual fuera menester el uso de algún pene real erecto, sino también únicamente a la masturbación anal, vaginal, al placer proveniente de la manipulación del clítoris, el punto G o la próstata.

Todo aquello de fornicar con mujeres era efectivamente algo que sólo se podía esperar de seres prehistóricos.

Esos penes grandes y gordos únicametne podían ser fruto de algún trucaje y seguramente nunca pene alguno fue tan bueno como un consolador. Estos sí eran del tamaño, grosor, color y forma que cada cual deseara. Era sin dudas otro gran invento. Una de las pocas cosas en que coincidían las hembras y los varones en cuanto al sexo, además de las fábricas de bebés con los úteros y placentas artificiales.

El sexo oral se había reducido a las variantes buco/vaginal, buco/anal y buco/pene artificial.

Estos penes sí eran fabulosos. No sólo de todos los sabores, olores, colores, formas..., así como del largo y grosor deseado, sino que podían vibrar y causar todo tipo de placeres según los gustos de cada cual y hasta eyaculaban tantas veces como uno quisiera sin perder la erección, por supuesto, como en aquellos tiempos del pasado. Obviamente, sin riesgo de embarazo ni de enfermedad alguna. En lugar de semen brotaban deliciosas cremas, jugos, las mezclas preferidas por uno u otro.

El caso es que a las mujeres también les comenzó a preocupar el asunto.

En tantos siglos donde se suponía que ni hembras ni varones se volverían a necesitar nunca más para otra cuestión sexual que no fuese la unión de algún espermatozoide con un óvulo, ¿a quién se le hubiese ocurrido pensar que las dos mitades de la humanidad se tuviesen que poner a debatir otra vez algún tema sexual de interés mutuo?

¿De veras sería tan grave el asunto? ¿O sólo era obra de algún científico que deseaba sobresalir?

La población mundial había decrecido constantemente con el paso del tiempo. Se interpretó siempre como otro símbolo de la modernidad. Los seres humanos podíamos decidir también cuántos queríamos ser. Varios milenios sin pobreza, sin hambruna, sin ninguno de aquellos males que tanto padecía la humanidad en la Prehistoria.

Si en algún momento se llegase a estimar que era conveniente aumentar la población, para eso estaban las "infalibles" fábricas de bebés.

¿Quién se iba a imaginar que este excelente invento podría llegar a fallar?

Tantos milenios de absoluta seguridad, tenían ahora completamente desajustados a cada habitante del planeta gay, quienes nunca habían experimentado sentimiento alguno de inseguridad, de incertidumbre respecto al futuro de la humanidad.

¿Cuántos habitantes quedaban realmente en el planeta?

La noticia de que no eran tantos como creían no preocupó mucho hasta que se divulgó la otra, a decir verdad, escalofriante: la humanidad corría el riesgo de extinguirse.

¿Cómo era esto posible?

¿Se regresaba a algo similar a los tiempos de temor por extermino como consecuencia de una guerra nuclear, en un mundo donde por milenios nadie había visto ni fabricado un arma de esas? ¿O a aquello que le llamaban efecto invernadero? ¿O a cuando por poco se extinguen los animales?

Siglos atrás, los laboratorios fueron reportando, primero que no quedaba espermatozoide alguno congelado proveniente de varones heterosexuales y luego tampoco de bisexuales, ni de activos ni de versátiles más activos que pasivos, ni de los algo activos, sucesivamente.

¿Por qué habría de preocuparle a alguien que no hubiese quedado célula alguna de aquellos seres humanos del pasado tan raros, que no eran gays como todos ellos?

Las reservas de espermatozoides estaban a punto de agotarse, luego de décadas en que no se lograban producir nuevos espermatozoides porque ya nadie eyaculaba”.

Luego de la larga pausa, aquella voz quizás de un varón o de una hembra (nunca pudieron ponerse de acuerdo en cuanto al sexo) prosiguió diciéndoles:

“¡Hijos míos!...”

- ¡Era mamá!

- ¡No! ¡Era papá!

Nunca supieron la verdad. Siempre discutieron sobre lo mismo hasta el cansancio.

A decir verdad, aquella voz pudo ser lo mismo de un hombre que de una mujer, luego de tantos siglos de evolución en que hasta esa diferencia, tan típica de antaño, igualmente se borró.

Tampoco estaban seguros de que proviniese de alguno de sus progenitores, si algún ser de aquellos tiempos podía llamarle así a alguien.

Como todos, ellos también eran el fruto de las fábricas de bebés y no tenían información alguna que les confirmara quiénes habían sido sus verdaderos padres desde el punto de vista genético.

“Ustedes son el maravilloso resultado de los dos últimos espermatozoides... La esperanza de salvación de la Humanidad... Tienen que lograr la erección del pene, la penetración vaginal y la eyaculación, tantas veces como sea posible..., hasta que el vientre crezca mucho y por la vagina salga al mundo un bebé, lo alimenten y cuiden... Repitan todo esto muchas veces... Llenen ustedes y sus hijos otra vez el planeta de seres humanos...”

Esto último se oyó como un susurro y la voz se calló para siempre.

Habían puesto tantas veces aquella grabación que ya se escuchaba muy mal, pero todavía se entendía. Aunque ni falta hacía. Ya no la volverían a oír.

Cuando ella ladeó su cabeza blanca como la nieve y dejó de respirar, él se orinó en la cama.

Aquella cosa sólo servía para eso. Tan parecido al clítoris de ella, pero ligeramente más pequeño, nunca aumentó de tamaño como aquellos de las imágenes del pasado, ni brotó de él otro líquido, ni menos aún pudo entrar en la vagina de ella.

No quedaba alguien en sitio alguno y dentro de muy poco ya no habría más nunca, nadie.

Autor: Jorge Enrique Ojeda Matías
jorge.ojedamatias@gmail.com

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Fundador, Propietario y Presidente de Ojeda Multiservices Corporation (OMC), Rector de la UVI, Master en Educación Avanzada y excatedrático de la Universidad Pedagógica de La Habana "Enrique José Varona". Licenciado en Educación (equivalencia de Bachelor in Sciences of Education in USA). Especialista en Pedagogía, Psicología, Creatividad, Dirección turística, Opinión Pública y Medios de Comunicación.

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